Jay Sebring, bisexualidad y estilismo psicodélico 

La trágica historia de un visionario que conquistó Hollywood a golpe de tijera.


 

Thomas John Kummer no era más que un muchacho sencillo nacido en la ciudad de Birmingham, Alabama. Un joven perteneciente a una familia cristiana de clase media criado en un ambiente conservador que justo al terminar el instituto, allá por el comienzo de los años cincuenta, decidió «curar la llamada del mal» de sus pensamientos enrolándose en el ejército norteamericano.
El chico era muy apuesto y extraordinariamente creativo, tanto que gozaba de la cualidad innata de poder observar a las personas e imaginar las mejores versiones que podrían acontecer de sí mismas. Tenía una sensibilidad «inmoral» para la época que había tratado de auto-censurar participando en la Guerra de Corea. Convertirse en un varonil soldado era la estrategia perfecta para afianzar otra manera de sentir; sin embargo, estar rodeado de varones no hizo otra cosa que desarrollar todo aquello por lo que pretendía remar a contracorriente. 

Thomas se topó con su propio talento convirtiéndose en el barbero de la base. Tenía una habilidad sin precedentes en el corte y siempre mantenía la motivación para innovar con el pelo de los soldados. Había descubierto su verdadera pasión, pero las normas militares en cuanto a estilismo se refiere coartaban la gran envergadura de su inmensa imaginación. 

 

Fin de su carrera militar y traslado a California

Al concluir su periplo militar, Thomas decidió empezar de cero. No quería volver a sentirse como un pájaro enjaulado. Las dos grandes señas de identidad de esa nueva vida fueron su mudanza a la ciudad de Los Ángeles, California y el cambio legal de nombre. El joven Thomas John Kummer pasó a llamarse Jay Sebring. Jay por la inicial de su segundo nombre y Sebring porque una de las auto terapias para huir de sus pecaminosos pensamientos era aficionarse a las carreras automovilísticas, ya que estaban consideradas como algo muy masculino. Su preferida era la de Sebring en el estado de Florida, una carrera de resistencia que dura doce horas y que se disputa desde 1952 hasta la actualidad. 

Los Ángeles era una ciudad con infinitas posibilidades para Jay Sebring, que además había renovado sus energías y enfoque de la vida. Se había convertido en una persona nueva que, a pesar de no terminar de comprender del todo quién era, sí tenía claro que debía ser alguien especial, tal como se sentía. 

Para dar contenido y rienda suelta a su talento, Sebring empezó su carrera meteórica en el mundo del estilismo pasando de cortar los cabellos de un batallón de guerra a ocuparse de las más sólidas y extravagantes estrellas de Hollywood. Frank Sinatra, Warren Beatty, Steve McQueen o Jim Morrison fueron algunos de sus clientes más selectos. No tardó en crear su propia cadena de peluquerías por toda la ciudad. Además de fichar para grandes producciones de cine, que pusieron su talento en boca del mundo entero contando con sus servicios en películas de la talla de Spartaco. Dirigida por el mismísimo Stanley Kubrick y protagonizada por el legendario Kirk Douglas, que a la postre se convertiría en una de sus muchas grandes amistades. 

Sebring había innovado y cambiado el mundo del estilismo masculino. Sus principales aportaciones siguen vigentes a día de hoy y tan normalizadas que resulta incluso extraño pensar que tengan algún mérito, pero lo cierto es que, antes de Sebring, el varón carecía de opciones más allá de lo rudimentario. Lavar el pelo antes de cortar, incluir la tijera en el corte masculino en lugar de pasar la máquina corta pelo y el uso de laca fueron tres elementos innovadores para la época. Por primera vez, todo ese sentimiento y toda esa sensibilidad de la que llevaba huyendo en vida fueron su orgullo y la razón que distinguió al artista ante el resto de los mortales en una sociedad que demandaba continuamente estrellas en todos los ámbitos.

 

Amistades con glamour

Pronto empezó a ser habitual encontrar la figura de Jay Sebring en las fiestas hollywoodienses. Steve McQueen se había convertido en su mejor carta de presentación. El talentoso actor era uno de los amigos más cercanos en la vida de Sebring. Ambos se conocieron en el mítico local Whisky a Go go y su amistad llegó hasta un punto de conexión que durante al menos dos años, los transcurridos entre 1966 y 1968, parecieron algo más que amigos. Un hecho que, a pesar de no haber sido jamás probado ni reconocido por ninguna de las dos partes, se convirtió en un enorme secreto a voces dentro de un círculo repleto de cuestionables aventuras clandestinas entre sus protagonistas. 

En una de esas famosas fiestas, Jay conoció a una preciosa y joven actriz llamada Sharon con la que conectó enseguida y comenzó una relación formal a ojos de todos los focos. Jay y Sharon disfrutaban de una amistad que no se libró de abanderar todas las extravagancias de la época. Steve McQueen, que poco a poco fue pasando a un segundo plano en la línea de los placeres de la vida de Sebring, también gozó de la amistad de ambos. Muchas son las leyendas que relacionaban a los tres protagonistas de manera íntima y obscena. Sin embargo, los sentimientos de Steve con respecto a Sharon empezaron a salir de un guión que no podía permitirse un choque dramático de emociones.
Con el tiempo, Sharon volvió a enamorarse, esta vez del director de cine Roman Polansky durante el rodaje de «El Baile de los vampiros». 
Lejos de suponer un trauma para Sebring, enseguida entabló una amistad especial con la pareja. Es probable que entre Sharon y Jay tan sólo quedase la eterna amistad de «dos buenas amigas» que en alguna etapa de su vida decidieron experimentar nuevas y poco convencionales emociones. Quizá Jay Sebring, ese joven chico que se enroló en el ejército para huir de sus propios infiernos, encontró en la pareja a su propia familia. Con ellos podía ser su mejor versión, o lo que es casi lo mismo: mostrar su verdadero espíritu. 

 

El triste final

Jay Sebring amaba a sus amigos, compartía con ellos todos los secretos que llevaba tiempo ocultando y se sentía comprendido ante sus ojos. El LSD, la droga de moda a final de la década de los 60, formaba parte del día a día dentro de un circulo de gran espiritualidad, amor y talento a disposición del arte. Fueron realmente los mejores años de su vida. Una vida que había pasado de clandestina a apasionante. Pero Lo bueno no dura para siempre, eso solía decir Robert Cohen, director del documental Mondo Hollywood, donde curiosamente se incluye a Jay Sebring y también a una joven promesa de la interpretación en el papel de Cupido: ni más ni menos que Bobby Beausoleil, un miembro de la familia Manson. La secta hippie apadrinada por Charles Manson que acabó el 9 de agosto de 1969 con la vida de Jay Sebrin, Sharon Tate y otras cinco personas en la matanza del 10050 de Cielo Drive.
Steve McQueen, que también fue invitado a pasar una velada con ellos, declinó en el último momento acudir a la cita para disfrutar de una tórrida noche con otra persona cuyo nombre nunca trascendió. El mismo McQueen fue uno de los encargados de recitar unas hermosas palabras en el funeral de su amigo Sebring. Palabras llenas de emoción que aún hoy permanecen en el corazón de todos los allí presentes. 



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